Estamos en semana santa. Quizá estás ya descansando unos días, o te queda poco para hacerlo, o tal vez trabajes igualmente.
Si te has dados cuenta, antes de las vacaciones parece que el mundo se acaba.
Hay que cerrar los temas del trabajo, ultimar las salidas, atender a los niños, hacer compras, etc.
Reservar restaurantes, casas rurales, habitaciones de hotel, o apartamentos. Para luego hacer las maletas, recoger la casa, salir temprano para no encontrar atascos. Reservar excursiones, mirar rutas, pensar en las comidas o cenas, etc.
¿Te has dado cuenta de cómo estresan los preparativos de las vacaciones?
Después, llegamos al lugar de destino, pero hay que aprovechar el tiempo y el dinero invertidos y allí no paramos.
Salir, entrar, hacer colas, disfrutar lo mejor que se puede. Volver a hacer las maletas, tratar de evitar atascos, llegar, aterrizar, recoger, ordenar, volver a la rutina.
Si tienes suerte, en medio de toda esta vorágine, descansarás en algún momento. Me refiero a parar y respirar, sin tener que hacer nada más.
Observando este escenario, resulta impactante el estrés que impera en nuestras vidas.
No solo el estrés laboral, sino el estrés que inunda absolutamente todas las dinámicas sociales mayoritarias.
Las vacaciones están más que incluidas en esa tónica estresante, la del mundo que se acaba.
Sin embargo, el mundo no se acaba, ni antes ni después de tus vacaciones.
El mundo sigue girando, y nosotros con él, dando vueltas en la rueda del hámster.
Después de semana santa, llega “la santa semana” y luego otra, y otra más… Quizá las atraviesas tachando los días que quedan hasta las próximas vacaciones.
Pero, esos días que tachas, son los días de tu vida.
¿Cómo puedes darle valor a las semanas? ¿Cómo llenar de sentido los días de tu vida?
Te invito a observar si cruzas las semanas sobreviviendo como puedes al estrés en el trabajo.
Mirando hacia el horizonte de las vacaciones, para desconectar y evadirte en lo posible del malestar.
O si te abocas al trabajo, para no resolver los asuntos personales que te duelen.
Sin encontrar momentos para cuestionarte hacia dónde vas. Incluso, evadiendo los tiempos de soledad contigo, ocupándote la agenda para no pensar.
Sin preguntarte hacia dónde quieres ir, cómo vivir con más calidad de vida.
¿Qué pasa si rescatas tu propia individualidad?
¿Qué pasa si te reencuentras contigo en algún paseo tranquilo, sin más diálogo que el tuyo propio?
¿Y si autoindagas cómo sufrir menos estrés laboral, cómo tomar una dirección coherente contigo?
Una dirección coherente contigo, empieza en una intención, le sigue una actitud en el trabajo actual, y más tarde, llega todo lo demás.
¿Y si te atreves a reconocer tus miedos, y aún así, decides tomar las riendas de tu vida profesional y personal?
Como el ser individual y valioso por ti mismo que eres.
Alguien único.
Con dones, habilidades, deseos e ilusiones, esperando a ser desplegados.
Te invito sinceramente a cuestionar la normalidad de un estilo de vida tóxico.
Te invito a cuestionar la validez de una sociedad cada vez más enferma de estrés, profundamente desconectada de la vida en mayúsculas.
Porque, cuando te preguntas cómo ser feliz, necesariamente recuerdas el valor diferencial de tu individualidad.
Recuerdas que ser tú misma-o es el mayor aporte para ti y para la humanidad compartida que somos.
Quien hace espacio en medio de la rueda, a pesar las dificultades, para recordar quién es… acaba siendo más libre, menos esclavo.
Solo así podemos resignificar las semanas, y los días.
Solo así puedes conectar con lo más esencial y sagrado:
la Vida que eres, esperando a ser plenamente vivida.
Feliz semana santa.