No podemos ir hacia atrás en el tiempo. Tampoco hacia delante.
Sin embargo, cuando hay estrés laboral, pasas muchas horas en el pasado.
Pensando.
¿Qué hubiera pasado si? ¿Podría haberlo hecho distinto? ¿Y si no hubiera aceptado este trabajo, o este puesto? ¿Sería más feliz?
Otras veces, cuando hay estrés laboral, la mente se va hacia delante.
Cuando este jefe se vaya, estaré mejor. La semana que viene (como el compañero tóxico no viene) estaré mejor. El año que viene, buscaré otro trabajo. Mañana, empezaré a hacer ejercicio. Cuando me jubile, haré eso que quiero y que ahora no puedo hacer. Cuando mis hijos sean mayores, cambiaré de trabajo.
Y así, los pensamientos van y vienen en un tiempo ficticio, con escenarios hipotéticos, irreales. Espejismos de lo que pudo haber sido y no fue. Espejismos de lo que podría suceder.
¿Qué día estás viviendo? ¿El día de ayer? ¿El día de mañana?
¿Dónde va tu atención, la mayor parte del tiempo?
La mayor parte del tiempo, la atención de una mente estresada, agobiada, está en algo que no existe. A menudo, incluso es algo que no puedes cambiar. O bien, algo que no ha llegado todavía; que tal vez nunca llegará tampoco. La mayor parte del tiempo, tu mente está en lucha. Y se cansa. La energía se fuga por ahí.
Por eso, ¿estás realmente viviendo en el día de hoy? ¿Te diste cuenta de todas las posibilidades que hay delante de ti?
El estrés es un velo denso, va nublando toda la claridad mental. Y nos atrapa a través de pensamientos en bucle, negativos, autodestructivos. Nos atrapa en el discurso mental, en la rumiación.
¿Qué es el momento presente, del que tanto se habla?
¿Cómo puedes experimentarlo y calmar tu mente?
Solamente cuando detengas la inercia del día a día, la inercia de los pensamientos, la rutina aprendida, los enemigos de siempre, las batallas donde te desgastas, lo sabrás.
Solo cuando te plantes y te detengas, a contemplar lo que hay delante de ti, podrás vivir en el momento presente.
Cuando cruces la puerta de tus pensamientos, para acceder a la experiencia real.
Respirar sucede en el momento presente.
Casi no respiramos cuando hay estrés. La respiración es corta y superficial, como la vida diaria.
Pasando de puntillas por lo que es verdaderamente real, lo que te conecta con la vida. Pasando tan deprisa, que no te das cuenta de lo esencial: que estás viv@.
La mente no puede experimentar el momento presente. Sí puedes experimentarlo a través del cuerpo, en la respiración, las sensaciones, las emociones… Normalmente éstas son intensas y difíciles de manejar, cuando hay estrés.
Hay que pararse. Hay que respirar. Hay que darse cuenta de lo que vale la pena en tu vida; pero especialmente, de lo que no.
Para dosificar correctamente tu energía, escoger con sabiduría y prudencia tus batallas, no desgastarte más en balde.
Detente ahora y respira.
Contempla tu vida ahora.
Tus circunstancias, tu situación profesional y personal, ¿qué aprecias en ella? ¿Qué es valioso para ti? Siéntete agradecid@ por todo esto. Verás que es mucho. Personas, relaciones, comodidades.
Todo eso que aprecias, es bastante más amplio que el malestar o sufrimiento en tu trabajo. Eres más grande que ese drama actual.
Tu vida es más amplia que esa historia repetitiva en tu mente, con la que te martirizas. Has cedido tu poder personal, tu atención.
Cuando ves la amplitud de lo que eres, puedes intuir también la amplitud de tus posibilidades para cambiar el sufrimiento en el trabajo.
Esta conciencia habita en el momento presente. Pero rara vez accedemos a él, para darnos cuenta y permitir un vuelco, un giro, un punto de inflexión.
Sin embargo, es precisamente en esa curva del camino, cuando empiezas a tomar el control sobre tu mente.
Cuando decides en favor de tu bienestar.
Cuando dejas de autodestruirte. Porque sabes que te mereces algo mejor.
Para salir del drama, para construir otra realidad, hay que ser responsable. Es necesario tomar la responsabilidad de tu propia vida. De lo que te pasa ahora, de lo que te cuesta afrontar. Nadie más puede hacerlo por ti.
Pero te aseguro que tú eres perfectamente capaz de cambiar lo que te hace sufrir en el trabajo. Porque no es lo de fuera. Es cómo te afecta lo de fuera.