Todo lo que puedes imaginar, puede ser creado, decía Picasso.
Hoy quiero hablarte de esos sueños que aparcaste en un cajón. De las ilusiones que ya ni recuerdas, incluso, de todo lo que te gustaba y abandonaste.
Por falta de tiempo, de ganas, de motivación, de confianza en ti. Por prejuicios del qué dirán, porque a tu edad no toca, porque ahora no tiene sentido, etc.
Hay un punto en los procesos de acompañamiento donde nos topamos de lleno con el techo mental.
Es un techo invisible, pero al mismo tiempo, parece infranqueable.
Lo fuimos construyendo inconscientemente.
Con impactos emocionales que forjaron cantidad de creencias limitantes: no lo merezco, no soy suficiente, dejo de ser yo para encajar, valgo poco, no lo conseguiré, no soy capaz, no puedo…
Cuando os pido que escribáis la carta a los reyes, con la vida deseada en todos los ámbitos, el techo mental aplasta cualquier atisbo de creatividad.
No es que no seas creativo, es que necesitas contemplar ese techo, ser consciente de que está dirigiendo tu vida de forma dictatorial. Y en un acto de rebeldía interior, con gran amor propio, decidir traspasarlo.
He aquí el punto de inflexión.
Si dejas de someterte a tu castrante mentalidad invisible, y te abres a actuar de un modo distinto (romper el techo), entonces pierdes tu sentido de identidad. La de aquella víctima de las circunstancias, que vivía su vida con resignación y anhelos de felicidad, desde la carencia, sin plenitud vital.
Ese punto de inflexión es caer al pozo, al abismo, estar perdida, confundido, desorientarse. Vas a aceptar tu pasado como aprendizaje, pero ya no será más una cadena arrastrada por tu cuerpo.
¿Y cómo hacemos esto?
No lo pensamos, solamente lo hacemos. Aquí no juega la mente, porque la mente es el techo. Es como lanzarse al mar, aunque el agua esté fría.
Si alguna vez no has podido, literalmente, levantarte de la cama.
Si has querido desaparecer del mapa, o trasladarte a una isla desierta. Y aún así, te levantaste.
¿De dónde salió tu fuerza? ¿De tus hijos, de tu pareja, de tu mascota, de tus amigos? No te engañes.
Esa fortaleza interna nace de lo más profundo del ser.
Es la propia vida queriendo ser vivida, a través de ti.
Nadie más que tú, puede ser tú. Tal como eres.
Ser tú, es una conquista interior, así como una conquista para todos.
Porque solo tú, con tus dones, tus talentos, tu personalidad, puede traer al mundo lo que tú aportas.
Ese valor diferencial y único: la individualidad sagrada.
Vuelve a cantar, dibujar, bailar.
Vuelve a lo que te gusta, a lo que dejaste en el cajón. Vuelve a traer esa pequeña o gran ilusión a tu vida.
El sueño quiere ser soñado por ti. Sigue, esperanzado, reclamando tu atención.
No somos eternos, pero sí podemos tocar la eternidad, en cada momento de plenitud que vivimos.
Por eso, vuelve a cultivar sueños e ilusiones en tu vida.
Deja que el techo mental se fragmente poco a poco y contempla el universo a tu alcance.